domingo, 19 de junio de 2011

Diario de mis genes


Cuando se pierde a un ser querido, te entregas a otros.
Te haces sumisa de tus hijos, de tus nietos, de esas amigas (longevas) con las que aún puedes charlar.
He memorizado cada paso, cada beso, cada momento, cada discusión y he muerto, lo he hecho lentamente y lo he hecho junto a él, cuando ya se lo llevaron, lloré y no quise volver a saber nada más.
Ahora, como un espectro con buena imagen, cuido de mi pequeño nieto, sonrío a mis hijos, decaigo en mis huertos y miro de reojo a los artilugios de la limpieza.
Mis descendientes se encargan de mí, me hacen la comida, me pintan el techo de la cocina, hay uno en especial al que aprecio, quizá sea por que ya no me ve, no los ve, es asocial y es duro para una madre reconocerlo, pero es así.
Mi preocupación se centra a la hora de despedirme de los que viven lejos y de los que sé que no los veré en un tiempo, subo rápidamente las escaleras y bajo una propina.
Por las noches me convierto en una visión  y vuelvo con él, nadie lo nota, me duermo pronto, él viene y somos jóvenes de nuevo.
Orgasmos arcaicos que no me dejan pensar con claridad, una noche mas estúpida.
Todos tienen la vida resuelta, los suelos de mi casa huelen a nuevos y el pueblo es nuestro hogar.
Soy presa de aquellos que me quieren, porque hacen lo que quieren conmigo, no se dan cuenta que estoy perfectamente, pero los mimos de vez en cuando no sientan tan mal.
< Soy una mujer viuda y vestida de negro, soy la típica de siempre, no soy nadie y soy ella, sin más, un respiro que no dio él, lo dí yo >

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